Ser padre o madre hoy: un camino hermoso, exigente y muchas veces solitario

Ser padre o madre hoy: un camino hermoso, exigente y muchas veces solitario

A lo largo de los años en consulta, he acompañado a muchas familias, y hay algo que se repite con más frecuencia de la que imaginamos: padres y madres agotados, con la mirada cansada y el corazón lleno de dudas. No porque no amen a sus hijos, no porque no lo estén intentando con todo lo que tienen, sino porque están atravesando uno de los retos más intensos de la vida: criar en un mundo que exige perfección constante.

Vivimos en una sociedad que lanza mensajes contradictorios todo el tiempo. Se espera que alimentemos a los niños de forma impecable, que sus hábitos sean saludables, que no usen pantallas pero estén actualizados, que sean independientes pero también emocionalmente seguros. Y todo esto —además— sin perder la calma, sin levantar la voz, sin equivocarnos. Como si la crianza fuera una fórmula matemática sin margen de error.

El peso invisible de las exigencias sociales

Las redes sociales han amplificado muchas de estas exigencias. Vemos fragmentos de familias que parecen tenerlo todo resuelto: niños que comen verduras con una sonrisa, hogares siempre ordenados, rutinas perfectamente equilibradas. Y aunque sabemos que esa no es la realidad completa, algo en nosotros nos hace preguntarnos si estamos fallando.

A esto se suma otro fenómeno muy frecuente: cuando una familia decide establecer un límite o una norma en casa, a menudo el entorno (escuela, amistades, incluso otros familiares) lo invalida o lo cuestiona. La coherencia se vuelve difícil de sostener cuando el exterior va en dirección contraria a los valores que intentamos cultivar dentro del hogar.

Y si hablamos de pantallas, de inmediatez, de la aceleración general de la vida actual, el escenario se complica aún más. Muchas veces, padres y madres sienten que están compitiendo contra todo: la dopamina que ofrecen los móviles, el ritmo de la escuela, la falta de tiempo para compartir en calma. Criar en este contexto es tremendamente desafiante.

No olvidarse de uno mismo

Hay algo que repito a menudo en consulta, y que sigue sorprendiendo a muchas personas cuando lo digo. En lugar de empezar preguntando “¿qué le pasa al niño?”, suelo preguntar: “¿Cómo estás tú?”. Y ahí, en ese momento, muchas veces se abre un silencio cargado de emoción.

Porque en el intento de hacerlo bien, en el esfuerzo de sostener a la familia, en el cuidado de los demás, es fácil olvidarse de que antes de ser madre o padre, uno es persona. Que necesita descanso, apoyo, reconocimiento. Que también se cansa, se frustra, se siente inseguro. Y que está bien que así sea.

No podemos caer en el error de centrarnos solo en el niño o solo en la dinámica familiar. La salud emocional de una familia también pasa por la salud emocional de los adultos que la sostienen. Acompañar desde la psicología no es diagnosticar rápidamente ni repartir responsabilidades. Es mirar con cariño, con respeto, y ayudar a aliviar culpas y estigmas.

Nadie nace sabiendo cómo ser madre o padre

La crianza es un aprendizaje constante. No hay manuales universales que funcionen para todos, ni formas perfectas de hacerlo. Hay errores, sí. Hay momentos difíciles, sí. Pero también hay amor, intención y esfuerzo. Y eso vale muchísimo.

Yo, personalmente, tuve la suerte de tener una madre que me cuidó y me educó en medio de circunstancias complejas. Con cariño, con mucha fuerza, y sin rendirse. Fui un niño con TDAH, con una energía difícil de canalizar y con necesidades especiales. Y, sin embargo, ella estuvo. Aun cuando cometió errores —que por suerte fueron pocos—, lo que siempre me quedó claro fue su presencia, su objetivo de educarnos con firmeza y amor, aunque eso implicara berrinches, consecuencias o momentos difíciles.

Ese es el corazón de la crianza: estar. Sostener. Amar. Aunque no siempre se sepa cómo. Aunque algunas noches se llore en silencio. Aunque a veces uno se sienta perdido.

Un mensaje necesario

A ti que estás criando, que te estás esforzando, que a veces dudas, te digo: no estás solo. Y no tienes que hacerlo todo perfecto. Si sientes que algo te desborda, si te cuesta, si estás agotado o simplemente necesitas hablar, no esperes a estar al límite. Pide ayuda. Busca apoyo. No para que alguien te diga qué hacer, sino para que puedas recordar que también tú mereces cuidado.

Porque detrás de cada familia hay historias, emociones, trayectorias. Y todas, absolutamente todas, merecen ser escuchadas sin juicio y acompañadas con respeto.